“No existe, realmente, el Arte.
Tan sólo hay artistas. Estos eran en otros tiempos hombres que cogían tierra
coloreada y dibujaban toscamente las formas de un bisonte sobre las paredes de
una cueva; hoy, compran sus colores y trazan carteles para las estaciones del
metro. Entre unos y otros, han hecho muchas cosas los artistas. No hay ningún mal
en llamar arte a todas estas actividades, mientras tengamos en cuenta que tal
palabra puede significar muchas cosas distintas, en épocas y lugares diversos,
y mientras advirtamos que el Arte, escrita la palabra con A mayúscula, no
existe, pues el Arte con A mayúscula tiene por esencia que ser un fantasma y un
ídolo. Podéis abrumar a un artista diciéndole que lo que acaba de realizar
acaso sea muy bueno a su manera, sólo que no es Arte. Y podéis llenar de
confusión a alguien que atesore cuadros, asegurándole que lo que le gustó en
ellos no fue precisamente Arte, sino algo distinto.
En
verdad, no creo que haya ningún motivo ilícito entre los que puedan hacer que
guste una escultura o un cuadro. A alguien le puede complacer un paisaje porque
lo asocia a la imagen de su casa, o un retrato porque le recuerda a un amigo.
No hay perjuicio en ello. Todos nosotros, cuando vemos un cuadro, nos ponemos a
recordar mil cosas que influyen sobre nuestros gustos y aversiones. En tanto
que esos recuerdos nos ayuden a gozar de lo que vemos, no tenemos por qué
preocuparnos. Únicamente cuando un molesto recuerdo nos obsesiona, cuando
instintivamente nos apartamos de una espléndida representación de un paisaje
alpino porque aborrecemos el deporte de escalar, es cuando debemos sondearnos
para hallar el motivo de nuestra repugnancia, que nos priva de un placer que,
de otro modo, habríamos experimentado. Hay causas equivocadas de que no nos
guste una obra de arte. A mucha gente le gusta ver en los cuadros lo que también le gustaría
ver en la realidad. Se trata de una preferencia perfectamente comprensible. A
todos nos atrae lo bello en la naturaleza y agradecemos a los artistas que lo
recojan en sus obras. Esos mismos artistas no nos censurarían por nuestros
gustos.” Fuente: Gombrich, Ernst Hans. La historia del arte. Madrid.
Editorial Debate, 1997.
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